Recordando al escritor, narrador y cronista venezolano Salvador Garmendia, el escritor y periodista José Pulido rememora una visita en la que lo encontró preocupado tras haber sufrido una inundación en su casa. La foto fue hecha por Ramón Grandal en los espacios del Museo de Bellas Artes de Caracas y forma parte de su serie «Letras latinoamericanas». Desde el Archivo Fotografía Urbana reproducimos lo publicado por el escritor en sus redes sociales el pasado 06 de mayo de 2021.
Visiones caraqueñas
Se había inundado su casa y andaba en chancletas
echábamos baldes llenos de miradas hacia un cercano manicomio
a veces los pacientes se escapaban
mujeres copiadas de muñecas de trapo,
hombres vestidos como judas para quemar en una esquina del barrio
El alma de la humedad vagaba en las paredes
y lo que en principio parecía un arrullo encuevado
de olas quejándose desde el nivel del mar
era su voz procesando añoranzas
Su barba de breñales gritaba cosas amistosas
esperando una caricia de las que se van alisando con el uso
sus ojos eran pichones de sol falleciendo en la playa
y sus barbas parecían relleno de colchón
Comentábamos el grato infierno salobre de un artista medio desnudo
al lado de una musa que desmenuzaba verduras
pensé en un dios agarrado por la chiva
y quién lo agarraba estaba hablando con él
Se movía como en un cuadrilátero, nervios de púgil,
y le dije que me hacía pensar en Armando Reverón
y no era solo por la barba: es que ambos se apretaban
las correas de los pantalones y caminaban
como hombres de una tierra completamente honesta
Una tarde descendíamos aceras tropezando botes de basura
Caracas ¿no? Grato infierno de recuerdos tan acumulados
todo giraba en torno a la posible intuición de Salvador
quien repetía como un mantra
“Hay que vivir”
en su fraterno sonreír se presentía la sensación de un muro
protegido por una apacible mata de trinitaria
De madrugada nos veíamos en el parque del Este
reconocíamos pasos en las ciegas veredas
salíamos hacia el planeta desde una oscuridad de hierba mojada
y saltaban gotas y comenzaba a desovar una frialdad de cúpulas
y caían loros sobre los chaguaramos y otras copas de verde retoñando verde
y las voces de Salvador Garmendia y Manuel Caballero
se unían al resplandor que de repente
saltaba como persignándose en la espesura de la arquitectura