Ya que hablamos de malaria

Fecha de publicación: febrero 12, 2017

Este trío parece estar saliendo de un desayuno en una agradable casa caraqueña, que el joven ubicado a la izquierda y a quien nos referiremos más adelante, dice ser “una quinta en el este de Caracas”, cuya identificación no precisa. Ellos están en la acera, pero detrás, en el porche de la casa hay algunas personas. La brillante luz nos indica que es pleno día y el atuendo de ella, que el compromiso no ha sido informal, pero tampoco algo que le exigiera más que ese camisero ceñido al cuerpo y recatadamente ceñido en la garganta.

—No estábamos posando —dice el joven de la corbata oscura—. Sino, más bien, esperando un automóvil para trasladarnos a otro sitio. Y creo que mi madre y yo estamos atentos a algún comentario hecho por papá.

Él cree que la imagen fue captada “aproximadamente en 1963”. Y nosotros conjeturamos que fue hecha por un fotógrafo de prensa, porque el señor de la derecha es Arnoldo Gabaldón Carrillo, entonces ministro de Sanidad y Asistencia Social del gobierno del presidente Rómulo Betancourt. Por la corbata negra del joven nos preguntamos si no habrían asistido al velorio de un pariente, —entonces todavía era común que los servicios fúnebres se hicieran en las casas—, o de una persona conocida, y que por eso había fotoperiodistas por allí. El tono luctuoso de la pajarita del ministro no nos orienta con respecto a la ocasión, puesto que era una prenda fija en su tenida habitual.

La muerte andante en los zapatos de los peones

Arnoldo Gabaldón Carrillo fue un venezolano insigne. Suma de todas las virtudes de un hombre de su tiempo. Intentaremos probar en las líneas sucesivas que no solo no hay exageración en esta afirmación sino que podríamos habernos quedado cortos.

Nació en Trujillo, en el estado del mismo nombre en los Andes venezolanos, el 1 de marzo de 1909. Era hijo único de Joaquín Ruperto Gabaldón Iragorry y Virginia Carrillo Márquez, a quienes suelen atribuir los biógrafos una férrea determinación de inculcarle al hijo profundos valores, así como disciplina y constancia, virtudes que el trujillano exhibió sin fatiga. Es posible que este criterio le viniera a la pareja por el hecho de ser ambos hijos de generales. Del general Joaquín Gabaldón Chuecos, él, y del general Juan Bautista Carrillo Guerra, ella. En el seno de un hogar cuyos cimientos provenían de linaje castrense nació, pues, Arnoldo Gabaldón Carrillo, quien además de intensa vocación de médico sanitarista tendría también un marcado interés por el estudio de tácticas militares.

Médico parasitólogo y entomólogo, especialista en salud pública, Gabaldón Carrillo hizo la primaria en el Colegio Federal de Trujillo, bajo la dirección del doctor Francisco Parra; pero antes había asistido a lo que antes se llamaba “una escuelita”, la de la maestra Etelvina Valera Hurtado. Antes de seguir al bachillerato, ya el pequeño Arnoldo Gabaldón había visto de cerca el azote que constituía una enfermedad endémica. Según ha escrito Héctor Augusto Maldonado Delgado, “en su natal Trujillo, desde niño vivió la cruel experiencia de la muerte silenciosa de niños, jóvenes y ancianos, que inmisericordemente sufrían de paludismo o malaria. Esta terrible enfermedad de cuya dolencia no escapó la otrora Venezuela rural […]

Don Antonio J. Carrillo Rodríguez, primo hermano del Dr. Gabaldón Carrillo, narraba la triste experiencia en Trujillo, y explicaba que en la hacienda paterna era común ver a la muerte andante en el cuerpo de los peones que al amanecer salían a las faenas del campo, para encontrar al anochecer, entre cuatro candiles, su propio velorio”. Y si en los Andes el cuadro era serio, en los Llanos era de terror. Ir a los Llanos venezolanos, se decía en la primera mitad del siglo XX,equivale a firmar el propio certificado de defunción.

Requetedoctor

Gabaldón Carrillo se graduó de pregrado en Filosofía en 1928; y en 1930 obtuvo el doctorado en Ciencias Médicas en la Universidad Central de Venezuela, donde tuvo como mentores a Jesús Rafael Rísquez y Enrique Tejera. Mientras era estudiante se desempeñaba como ayudante de Bacteriología y Parasitología en la Dirección Nacional de Caracas, de 1928 a 1930. En esa época nació su larga y estrecha amistad con Rómulo Betancourt y se tuvo lugar el presidio al que lo llevó la dictadura de Juan Vicente Gómez. Ya entonces era lector frecuente libros alusivos al arte de la guerra, la acción en el combate y la disciplina para ejecutarlo.

Sin tomarse siquiera unos meses para pavear (porque lo era, se había graduado jovencísimo), continuó sus estudios en el Instituto de Enfermedades Tropicales de Hamburgo y en 1931 obtuvo el título de Especialista. Luego pasó a la Universidad John Hopkins en Baltimore, Estados Unidos, con una beca de la Fundación Rockefeller, y en 1935 recibió el título de Doctor en Ciencias de Higiene con mención especial en Protozoología. En su etapa de posgrado contó con la guía del celebre biólogo, naturalista y filósofo alemán, Ernst von Haeckel.

En cuanto concluyó su formación regresó a Venezuela y se fajó. Pocos pueden jactarse de haberle prestado tantos servicios al país. En 1936,el ministro de Sanidad y Asistencia Social, Santos Dominici, lo designó director de Malariología, en el recién creado Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, (después División de Malariología), de la quesería jefe hasta 1950; y asesor de la Dirección General de Malariología y Saneamiento Ambiental hasta su jubilación, en 1973. A partir de este año fue nombrado asesor emérito del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, y director del Laboratorio para Estudios sobre Malaria, cargo ad honorem que ocupó hasta su muerte.

Entre 1959 y 1964 estuvo al frente del Ministerio de Sanidad y Asistencia Social, gestión que se caracterizó por una intensa actividad sanitaria y de saneamiento ambiental. Durante este período, Venezuela se convirtió en el primer país que organizó una campaña nacional contra la malaria, mediante la utilización de DDT; lo cual lo convirtió también en pionero en la erradicación de esa enfermedad en el área de mayor extensión de la zona tropical.

El paludismo encontró su némesis

Cuando se sintió preparado para hacerle frente al problemón sanitario de la Venezuela posgomecista, el doctor Gabaldón se remangó y se dispuso a usar sus estrategias militares contra la malaria y el ambiente mefítico que le servía de contexto idóneo. Dijo en una conferencia:”El capitán que no conoce a fondo el frente dominado por el enemigo, abocado está a una derrota, o por lo menos a no conseguir victoria alguna”.

La gesta del doctor Gabaldón contra el paludismo borda una historia de imaginación, heroísmo, compromiso y terquedad sin límites. Una historia de amor, podría decirse. Después de examinar decenas de miles de niños y más de medio millón de mosquitos con sus larvas, él y su equipo hicieron más de tres millones de visitas buscando enfermos. Se repartieron gratuitamente casi cinco millones de tratamientos con quinina con sus respectivas instrucciones. Esto lo hicieron con la ayuda de los empleados de telégrafos y correos, y los directivos y subalternos federales o estadales. Él, personalmente, viajó a todos los pueblos de Venezuela para comprobar in situ la gravedad del mal. Por todas partes lo vieron vestido de kaki y con botas de obrero.

—Podría decirse que a partir de la fundación de la Unidad Antimalárica, por el doctor Arnoldo Gabaldón Carrillo en 1936, —afirma Héctor Augusto Maldonado Delgado— surgió una gran esperanza para la erradicación de la Malaria pues formó con gran sacrificio un grupo muy representativo de venezolanos y venezolanas, de médicos, enfermeros, técnicos, pastilleros y oficinistas, preparándolos para la gran batalla contra la malaria.

“Lo primero que Gabaldón hizo fue aplicar un programa de saneamiento ambiental en todo el territorio nacional, empezando por la eliminación de criaderos de anofelinos, mediante obras de ingeniería sanitaria, rellenando los pozos de aguas estancadas y suelos pantanosos; haciendo drenajes y bombeando las aguas de ciénagas con petróleo, verde parís y piretro o pelitre; combatiendo las larvas y los adultos del mosquito Anopheles portador y vector del parásito protozoo Plasmodium Falciparum, el más numeroso de los parásitos del Aedes Aegypti, causante de más del 95% de los decesos; sembró en caños y lagunas peces larvófagos y plantas desecantes como barreras ecológicas. Se usó como medicamentos la quinina, la metoquina, la quimioterapia antimalárica y se difundió un programa sobre la Educación Sanitaria en todo el país”.

Un ejército civil

Mientras se desplegaba este programa inicial, el doctor Gabaldón escribía trabajos para revistas especializadas en varias lenguas y daba conferencias por todos lados. En 1943, fue a los Estados Unidos a dictar cursos sobre malaria a los médicos estadounidenses que irían al Pacífico. Y en la primavera de 1945, tal como contó Rafael Díaz Casanova en su columna en El Universal, “durante una conferencia panamericana de salud que se celebró en Washington, conoció al Dr. James Stevens quien pocos años más tarde sería ‘Dean’ de la Escuela de Salud Pública de la Universidad de Harvard; este le refirió las maravillas del DDT. Así apareció el arma fundamental que utilizó Gabaldón en el exterminio de la malaria”.

La aparición del DDT marcó el inicio de la fase de erradicación de la malaria, mediante una campaña nacional de aplicación del insecticida sintético denominado Difenil Dicloro Tricloroetileno (DDT). Cuadrillas de trabajadores, formados en grupos de tres, se echaron a los caminos a esparcir DDT por campos y ciudades. Tres años más tarde, en enero de 1948, en la Universidad Central de Venezuela y con asistencia de seis ministros del gabinete del presidente Gallegos, recibió el homenaje del Ejecutivo nacional al declararse Maracay territorio libre de malaria. El área de erradicación del paludismo lograda por Gabaldón y su equipo fue de 305.414 kilómetros cuadrados, superada solo por la Unión Soviética y los Estados Unidos.

Para ello se necesitó, dice Héctor Augusto Maldonado Delgado, un verdadero ejército de hombres y mujeres que fueron capacitados por el doctorGabaldón en la difícil tarea de combatirtanto la enfermedad como la reproducción del vector.

“Era normal distinguir en cualquier parte del país a estos luchadores de la patria, su vestimenta los exponía: el casco, el uniforme verde aceituna, las botas negras, los guantes, las mascaras tapaboca y los asperjadores en sus espaldas hacían que las gentes sintieran un gran respeto y confianza al abrir las puertas de sus hogares para que ingresaran a cumplir su labor”.

—Solía vérseles —sigue Maldonado— en los campos del país, atravesando pueblos, sabanas y montañas con arreos de mula cuya carga eran pastillas de quinina, potes de creolina, el libro de historias de vida, el DDT, los asperjadores y la gran fortaleza con que hacían sus labores.Hacían muchas veces de enfermeros y hasta de parteros, ver el contenido de sus libros era leer nuevos nacimientos, la fundación de conucos y fincas cumpliendo de esta manera el papel sin quererlo de empadronadores del censo poblacional.

Ministros, los de antes

Para 1950, la tasa de mortalidad por malaria en Venezuela se había reducido a 9 por 100.000 habitantes. A los 10 años de iniciada, en 1955, la tasa bajó a 1 por 100.000 habitantes. A partir de entonces ocurre la gran explosión demográfica en Venezuela y se hacen patentes los logros, fueron reconocidos en todo el mundo.

No solo el paludismo tuvo en él un Cid Campeador criollo, también la gastroenteritis y la neumonía, causantes de elevada mortalidad infantil, se las vieron con él. Y salieron llorando. No es de extrañar, pues, que el doctor Gabaldón hubiera adquirido tanto prestigio que, en 1951, cuando asesinaron a Carlos Delgado Chalbaud, él fuera mencionado entre los candidatos a reemplazarlo en la Presidencia de la República.

Restaurada la democracia, el primer presidente de la era que entonces se abría para Venezuela, Rómulo Betancourt, lo nombró ministro de Sanidad y Asistencia Social, rol en el que desarrolló una gestión orientada a actividades médicas y de saneamiento ambiental en todo el país.“Nuestro objetivo en el campo de la salud pública”, anunció al aceptar el despacho,“es conseguir un aumento de seis meses en la esperanza de vida al nacer por cada año de trabajo”.Durante su gestión, el promedio de vida del venezolano fue elevado de 63 años en 1958 a 66 años en 1963.

El doctor Arnoldo Gabaldón  Carrillo falleció en Caracas, el 1 de septiembre de 1990. Tenía 81 años de edad.En cuanto dio la espalda y el país quedó librado al arbitrio de la ineptitud, la corrupción y el autoritarismo, la malaria regresó. Ni ella ni la dictadura estaban erradicadas.

La catira

La dama que está entre los dos hombres es María Teresa Berti Márquez, esposa del ministro Gabaldón. Le haremos una injusticia a esta mujer al hablar de ella solo en relación con los hombres de su familia; y peor, en alusión a su belleza. Ella había nacido en Boconó, el 22 de marzo de 1919, de manera que al momento de esta foto tendría unos 44 años. Su cabello, su cutis y su perfil son de una finura impresionante. Y es evidente que su figura no le produce ninguna inquietud, puesto que la ha enfundado en un vestido reservado a los vientres planos y los bustos recogidos, como de jovencita.

Es madre de cuatro. Se ha casado a los 18 años, en Boconó, con un amigo de su hermano Arturo Luis Berti, otro adalid de la brega contra la malaria en Venezuela.

María Teresa no llegó a ser Primera Dama, pero sí que tenía un Presidente entre sus mayores. Su madre era Virginia Márquez Carrasquero, hija de Martín Márquez Bustillo y sobrina de Victorino Márquez Bustillos, 29º presidente de Venezuela.

El muchachón

Finalmente, el joven a la izquierda es Arnoldo José Gabaldón Berti, nacido en Caracas, el mayor de cuatro hermanos, en 1938. Este día ronda los 25 años.

Va a ser el primer ministro del Ambiente de América Latina (entre 1976 y 1979) y Presidente del Consejo de Administración del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), durante su XIX período de sesiones, Nairobi, Kenia, 1997-1999.

Es individuo de número de la Academia de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales (2007), fue rector de la Comisión Presidencial para la Reforma del Estado, jefe de la delegación venezolana a la Cumbre Ambiental de Río 1992 y gerente general de la consultora ambiental Ecology&Environment de Venezuela.

Es consecuente colaborador de la causa de la resistencia venezolana contra la mayor plaga de nuestros tiempos, la llamada neodictadura.

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