Dos grandes coinciden en esta imagen, el retratado, José Rafael Ledezma Guanipa (Maracay, marzo de 1934), conocido como Negro Ledezma; y el fotógrafo, Luis Salmerón (Paria, 1958 – Caracas, de julio de 1991).
El Negro Ledezma es ―vive en Caracas― bailarín, coreógrafo y maestro de danza contemporánea, arte en el que se inició en Caracas, en 1958, con Grishka Holguín. En 1969 se fue a Nueva York a continuar sus estudios, probablemente tras la pista del bailarín y coreógrafo Merce Cunningham, renovador de la escena dancística.
De vuelta en Caracas, en 1973, asumió la dirección artística del Taller Experimental de Danza de la UCV, donde logró importantes logros por su énfasis en el aspecto en la formación técnica de los bailarines. En el 74, fundó el Taller de Danza de Caracas y se reservó el rol de director artístico para persistir en su cruzada en la formación de jóvenes bailarines y la creación de novedosas coreografías.
En 1991, el Negro Ledezma creó la Escuela de Danza Contemporánea de Caracas y aceptó el nombramiento de director del Área de Danza Contemporánea de la Escuela Nacional de Danza, organismo adscrito al Consejo Nacional de la Cultura (CONAC). Tal fue la impronta de Ledezma que, en 1996, el CONAC creó el Programa de Técnica de Danza Contemporánea para difundir el criterio artístico y los criterios pedagógicos de Ledezma en escuelas de todo el país.
Un gigante de la modernidad
―Yo recuerdo esto: ―dice el poeta y curador de arte Luis Pérez Oramas― un día me llamaron a la oficina del MoMA, donde trabajaba, preguntando si quería saludar a Merce Cunningham, que estaba abajo, ya anciano en una silla de ruedas, viendo una obra de Nan June Paik, donde un monitor mostraba una de sus coreografías.
«Cuando me lo presentaron, le dije: “Merce, soy amigo de Isaac Chocrón”. Abrió los ojos, levantó los brazos, me regaló la más amplia sonrisa y dijo: «Ah, Sarita». Sarita fue la ama de llaves de Chocrón, la cocinera insigne de tantos banquetes de amistad y felicidad. Sarita fue la segunda madre de Luis Salmerón, durante su padecimiento. Y fue la madre de Isaac hasta su muerte.
Yo conocí personalmente al Negro Ledezma en esa mesa. Yo, que había visto bailar a Merce Cunningham viejo en París en los años 80, solo sentí una emoción similar el día que el Negro Ledezma, haciendo una excepción, en un homenaje al Taller de Danza de Caracas, se permitió dar unos pasos en la escena de un teatro del Ateneo. Era ver la gracia que ninguna edad puede lastimar, una amplitud sin nombre, una elasticidad sorprendiéndonos en el cuerpo donde no la esperábamos. Era el duende allí encarnado en danza.
Así como pasearse por la UCV es sentir la transfiguración tropical del modernismo corbusiano, ver danzar al Negro era sentir la transfiguración caribeña, mestiza, de un Merce Cunningham. El Negro Ledezma, su pareja John Lange, Isaac, Luis, fueron parte de un círculo de amistades insignes que incluyeron a John Cage y a Merce Cunningham. Pero Ledezma es mucho más que un hilo áureo que ataría la danza contemporánea venezolana a una de sus más nobles fuentes modernas: Ledezma es quien hace de la danza cuerpo performático en Venezuela, quien cancela una historia (de ballet) para inventar otra (de danza, performance, cuerpo energético). Para algunos la danza ―ciertamente el ballet― requiere de la música. José Ledezma, genio y maestro, nos hizo ver el primero en Venezuela que la danza solo requiere del cuerpo, que el cuerpo es la danza. Ledezma es un gigante de la modernidad en Venezuela».
Luis Salmerón, aquel efebo magnífico
Luis Pérez Oramas escribió un texto grandioso, germen, cabe imaginar, de una novela con la que en algún momento nos deslumbrará, en la que alude a su amistad con el fotógrafo Luis Salmerón y con el escritor Isaac Chocrón.
—Luis Salmerón ―recuerda Pérez Oramas― murió por efectos del Síndrome de Imnunodeficiencia Adquirida el 6 de julio de 1991, trece años y un día después de que atravesara, para salir de aquel amor, las puertas del apartamento 101 en el décimo andar del Edificio Humboldt, primera residencia caraqueña de Isaac Chocrón. […] Aquel efebo magnífico, estudiante en la Escuela de Arte en la UCV, quien había venido a Caracas desde la lejana Península de Paria en el estado Sucre, dejando allí a sus padres, descendientes del poeta postparnasiano y modernista Cruz Salmerón Acosta, y por entonces enamorado, amante, público y celebrado, de Isaac Chocrón, Premio Nacional de Teatro en 1979, figura central del mundo cultural venezolano, e «invertido», como diría mi padre.
«La obra fotográfica de Luis Salmerón fue fulgurante, mercurial, como su vida. Quizás es tiempo de reconocer allí algunos de los mejores retratos realizados a fines del siglo XX en Venezuela, y acaso también la primera y más sistemática aproximación iconográfica al cuerpo masculino nunca hecha por un fotógrafo venezolano ―cuerpo ambigüizado, sometido a la ambigüedad de sus refracciones y por ello también lúcidamente desbinarizado―. Luis fue, a la vez, nuestro Peter Hujar y nuestro Robert Mapplethorpe.»
Una celebración del movimiento
—En 1959 ―escribió Carlos Paolillo, periodista especializado en el ballet y la danza contemporánea― José Ledezma descubrió el arte del movimiento al presenciar en el Teatro Nacional una representación de Medea, de Grishka Holguín. En ese momento, el joven químico industrial nacido en Maracay decidió seguir con convicción los postulados de la danza contemporánea que desde ese entonces orientaron su vida.
«Intérprete destacado en los desconcertantes inicios de la danza moderna en Venezuela, coreógrafo reconocido y esencialmente maestro de varias generaciones de bailarines, Ledezma ha transitado durante medio siglo por los laberintos de la danza experimental con personalidad y perseverancia. […] El Taller de Danza de Caracas es por todas las razones su más grande obra. Fue un invalorable tiempo dedicado sin desvíos a un ideal superior. Está claro que el movimiento exhaustivamente tratado es lo único fundamental en la danza de Ledezma. Como autor de formas corporales no le interesa el ‘arte por el arte’, pero tampoco al servicio de algo que no sea el arte.
Para Paolillo, José Ledezma es «el fundamental creador y maestro venezolano de danza contemporánea. Sus muchos aportes han sido determinantes en el desarrollo de esta disciplina artística en el país. Figura en el cuadro de esforzados intérpretes pioneros de una expresión escénica desconocida y por tanto incomprendida. 62 obras por él firmadas conforman un repertorio coreográfico que resulta necesario preservar. Su labor docente cumplida en varias generaciones de bailarines lo convirtió en un genuino y honesto maestro de maestros.»
«Consecuente con su ideal, la obra coreográfica de Ledezma apunta desde su recorrido inicial a una celebración del movimiento. El espacio escénico constituye para este creador su hábitat fundamental y el uso exhaustivo de ese espacio su razón de ser. Ajeno a la narración innecesaria y al gesto exagerado, el coreógrafo centra su motivación en un movimiento casi aséptico, tan solo “contaminado” por el propio sentimiento humano.»
Arte del cuerpo en lo poético
Esa foto se parece mucho a él ―dice la bailarina Hercilia López, quien conoció al Negro Ledezma cuando ella tenía 17 años y acababa de ser seleccionada para ingresar al Ballet Nacional de Venezuela, que dirigía Irma Contreras «y era el más profesional de los grupos de ballet, quizá la única en esos años, los 60.»
—Esa foto lo retrata de cuerpo entero ―dice Hercilia López― porque expresa ese cuerpo, su estructura corporal. Siempre fue así, musculoso, con una estructura ósea muy fuerte y muy natural. Esa era su contextura. Era muy alto. Hacía hatha yoga. Nos enseñaba ejercicios de respiración y de movimiento de los músculos de abdomen, típico ejercicio de hatha yoga.
Vivía todo el tiempo echando broma, tenía un gran sentido del humor, con una energía muy vital, muy simpática. Eso lo hacía muy especial. Era muy serio en su trabajo y muy jovial en su trato con los demás.
Respecto del trabajo de Ledezma, Hercilia López dice que aquel «fue evolucionando, a partir de sus estudios con Merce Cunningham, hacia la danza contemporánea; esto es, de un ballet anecdótico a algo más abstracto. En la danza contemporánea la clave es el movimiento consigo mismo. Un movimiento estéticamente puro, el movimiento como arte del cuerpo en lo poético.
El artista plástico Rolando Peña también lo conoció en sus inicios. «El Negro Ledezma, forma parte de mis comienzos en el mundo del arte. En los albores de los años 60, entré a tomar clases de Danza Contemporánea, en la escuela de Griska Holguín y Sonia Sanoja, dos extraordinarios bailarines, coreógrafos, y profesores de danza. Coincidí con el Negro Ledezma y entablamos una excelente amistad. Hablar del Negro es hablar de una época maravillosa, mágica, llena de sueños, esperanzas. El Negro no solo es un excelente bailarín, sino un ser iluminado, generoso, potente, del cual aprendí mucho.
Grande en todo, grande en la danza de este país
—El negro Ledezma es todo un personaje ―dice el médico fisiatra Luis Parada, quien fue también gran amigo de Luis Salmerón y de Isaac Chocrón―. Solíamos coincidir en casa de Isaac y era muy divertido con sus ocurrencias. El Negro es un hedonista, solía decir que no solo se tenía que saber bailar sino ser bello en el movimiento y en la escena.
«Conocí al negro antes de conocerlo», sigue el doctor Parada. «Me hice fisiatra por mi interés por la danza y siempre me impresionó el hecho de que el Negro Ledezma tuviera esa gran agilidad y flexibilidad, a pesar de ser un hombre grande y grueso (como se ve en la foto), pero con una sutileza de gestos y movimientos. Uno temía que perdería el equilibrio en su off balance, pero luego lo veía volver a ese balance de manera suave, enérgica y fluida. Entendí el lenguaje de la danza contemporánea con el Negro y su técnica Cunningham, la importancia de la zona central (el torso, que ahora llamamos core).
«En esta foto es eso lo que más resalta, la línea de la espalda, el poder central del torso para el porte de la cabeza y mirada, alineada a la cintura escapular en semiflexión de la cadera. Esa fluidez, esa energía, esa sutileza del cuerpo en escena y su armonía con los demás de la compañía. Por cierto, esa fotografía formó parte de una exposición de retratos que hizo Luis en el Instituto Newman. Una de sus primeras exposiciones. Eran como doce retratos. Por otra parte, Luis era el fotógrafo de la Compañía Nacional de Teatro en su primera época
«La carta de Presentación del Negro es que todo en él es grande. Si seguimos la norma de que la proporción de una figura ideal sería de ocho cabezas, el Negro se ubicaría en un extremo de la campana de Gauss, puesto que solo el tronco es tres veces la cabeza, como se ve en la foto. Un cuerpo macizo, fuerte y, al mismo tiempo, maleable y fluido, gracias a la danza, con una columna alineada; de seguro, rectificada por su oficio y por el maestro Cunningham, quien exigía un gran trabajo de torso.»
—Los cuerpos prestados a la danza ―concluye el médico Luis Parada― rinden sus dimensiones al movimiento; y, en el caso de la danza contemporánea, al fluir entre ascensos y descensos, perder el centro de gravedad y recuperarlo sin que se evite la tensión muscular. No hay un cuerpo ideal y apolíneo para la danza, es ese aprender a moverse lo que lo hace aparentemente etéreo y fluido en corpóreo movimiento. En eso, el Negro Ledezma fue grande y se hizo grande en la danza de Venezuela.
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