Julie Barnsley. Caracas, Venezuela, 1999: © Lisbeth Salas

Julie Barnsley vista por Lisbeth Salas

Fecha de publicación: septiembre 15, 2024

Después de doce años de haber sido estrenada, en el Centro Cultural Chacao, se repone, en el Teatro Teresa Carreño, la obra “El vuelo”, de la coreógrafa británico-venezolana Julie Barnsley.

Escenificada  por la compañía Aktion Kolektiva, “El vuelo” es una performance multimedia concebida para sumergir al público en una experiencia visual, sonora y plástica, en cuyo queda integrado el movimiento. En esta ocasión, el montaje ha contado con la colaboración de Goar Sánchez, Juan Carlos Linares, Gioer Bolaños y Armando Díaz, así como de la propia Julie Barnsley, responsable también de la dirección artística 

—Ese retrato de Lisbeth Salas está magistralmente logrado -dice la artista visual Diana López Mendoza, quizá para salir a quienes pudieran albergar la idea de que una foto que muestra a una mujer sentada como cualquier otra pudiera no corresponder a lo que esperamos de una personalidad para lo fundamental es el movimiento. Craso error.

«Es una fotografía extraordinaria», explica López, «porque reúne una serie de elementos que están presentes en la obra Julie Barnsley. Por ejemplo, los fluorescentes que vemos a la derecha recuerdan al artista conceptual norteamericano Dan Flavin (1933 – 1996), uno de los representantes más importantes del minimalismo, que utilizaba elementos industriales en su trabajo; más específicamente, creaba esculturas con tubos fluorescentes. Se ve que es una influencia directa en la obra de Julie, así como ese monitor a la izquierda, que nos remite a la presencia del video, muy relevante en las coreografías de esta maestra.»

La quietud de la investigadora, de la estudiosa que revisa documentos, es muy habitual en Barnsley, cuyas obras son consecuencia de un proceso de investigación que incorpora el movimiento, desde luego, pero también la literatura, la filosofía, la historia de las religiones, la artes plásticas y la sicología, entre otras disciplinas. 

Esta imagen, que muestra a Barnsley con el habitual moño de las bailarinas clásicas, forma parte de una serie iniciada a finales de los años 90 por Lisbeth Salas, quien desde entonces no ha cesado de poner ante su lente a figuras femeninas de la cultura venezolana. Esa colección está en El Archivo, en cuya web puede verse: https://elarchivo.org/lisbeth-salas/

Escribe, estudia, diseña

“El vuelo” es una obra que Julie Barnsley conceptualizó y presentó por primera vez, en 2012, en el Centro Cultural Chacao, como una de las piezas inaugurales de este lugar y en el marco de una programación que incluía la Orquesta Sinfónica de Chacao, así como varias funciones de la obra teatral “El día que me quieras” (José Ignacio Cabrujas, 1979), dirigida por Héctor Manrique. «Fue», recuerda Diana López, impulsora de la fundación de esa institución, «un conjunto de actividades muy pensado, muy trabajado, de manera que estamos muy contentos que transcurrida más de una década, el público caraqueño pueda ver nuevamente “El vuelo”.»

Barnsley es bailarina, coreógrafa, docente e investigadora del movimiento. Se formó en The Place, LSCD: London School of Contemporary Dance y tiene un PhD en Artes y Culturas del Sur, de la Universidad Nacional Experimental de las Artes (UNEARTE), Caracas. Es directora Artística y fundadora del Centro de Investigación y Laboratorio de Danza | Teatro Físico | Video Acción Colectiva (Actualmente Aktion Kolectiva), de Caracas.

Como bailarina profesional ha participado en montajes de compañías tan prestigiosas como Reinhild Hoffman y Gerhard Bohner, en Alemania; Lloyd Newson (DV8), Micha Bergese y Nelson Fernández, en Inglaterra y Poppo Shiraishi (Butoh), en Nueva York.

Una vez radicada en Venezuela, a finales de los años 80, fue miembro fundadora de Danzahoy y del CLADA (Centro Latinoamericano de Danza). Es invitada al Comité de Expertos de los Monaco World Dance Awards, como representante de Venezuela. En 2013 publicó el libro “El cuerpo como territorio de la rebeldía”, que ya lleva dos ediciones en español (IUDANZA, 2006 y UNEARTE, 2013), y una en inglés.

Aktion Kolectiva, su compañía de danza contemporánea, fue creada en 1985 y en la actualidad es valorada como una de las agrupaciones más importantes de la vanguardia dancística del país. 

Cuerpos conectados con sus emociones

En entrevista en el programa radial “Un minuto con las artes”, conducido por Susana Benko, Humberto Ortiz, Rafael Castillo Zapata y Álvaro Mata, bajo la dirección de Radamés “Pepe” Lebrón, la maestra Julie Barnsley expuso con enorme inteligencia y encanto su método de trabajo y, en general, su visión de su arte. 

—A veces, -dijo en ese programa- veía en la danza contemporánea una plasticidad de la forma física, a mi juicio, desprendida de una psicología o sensibilidad particular; y en el teatro veía mucho parlamento y actores cuyo cuerpo no reflejaba al personaje. En los 80, me propuse un trabajo psicofísico y mi reto era que cada cuerpo conectara, antes que nada, con sus zonas psicológicas, emocionales, sensibles… No es fácil, porque toda la cultura está orientada a reprimir o castrar esas conexiones. Pero cuando tu bailarín se ha conectado con su interioridad, tú le das cualquier pauta física y lo que vas a ver es la expresión de esa interioridad. 

«Por ese camino, a veces llegamos a extremos… no sé si alguien vio “Moonlight and Roses” (Acción Colectiva, Caracas, 1989), una obra sobre la catarsis, sobre una supuesta calma exterior de los personajes; y poco a poco, se va revelando una emoción interna caótica que se reflejaba también en la fisicalidad. Todas mis investigaciones apuntan a reafirmar que el aspecto material tiene conexión directa con el aspecto metafísico. Esa es mi gran lucha en mis investigaciones.»

Barnsley considera, y lo dijo en el mencionado espacio radial, que «al tiempo que tenemos corporeidad, cuerpo, sentidos, todas nuestras manifestaciones son expresiones espirituales. Las artes son expresión de tus ojos, tus oídos, tus sonidos y el movimiento, de tus movimientos. En toda expresión hay una espiritualidad manifiesta.»

—Últimamente, -confesó- estoy fascinada con la meditación inmóvil. Creo que podemos trastocar una espiritualidad más allá de lo material y las formas. A mí me gusta todo, no reniego de nada. De hecho, trabajo con la palabra, de múltiples maneras. He estudiado obras literarias y, aunque luego no utilice ni una línea, sí vamos en búsqueda de la psicología de la fisicalidad del personaje. Con mis bailarines, me fascina hacer historias de vida, su particular historia; y luego, podemos inspirarnos en cualquier incidente que haya impactado la vida de mis intérpretes e intentamos regresar a ese momento, entendiendo dónde estaban sus sentidos, qué había en el aire, qué olores, qué sensaciones, qué comida, qué calor tenía el cuerpo que tenía al frente, qué temperatura emocional había… Las palabras pueden invocar todo eso. En los últimos tiempos empleo una técnica que me gusta mucho: propongo unas frases y les digo a mis intérpretes que elijan una palabra de cada línea. La idea es desasociar, fragmentar, el sentido literal o poético, y con esa sola palabra yo digo: improvisa, improvisa. La danza puede surgir de cualquier fuente.

«La danza es poesía de la acción»

—Como en toda creación -dijo Barnsley en la radio- la danza tiene un lenguaje, una estética, así como el reto de cómo vamos a componer, qué frase elegimos en tiempo,  espacio, peso, dinámicas, ritmo… El ritmo es totalmente psicológico. A veces, propongo improvisaciones para negar el exceso de psicología, el exceso de imagen mental proveniente de la neocorteza [esa región de la corteza cerebral relacionada con el pensamiento abstracto; esto es, las capacidades que diferencian al ser humano de otros mamíferos, como  el lenguaje y el arte]. Entonces, les digo: a ver, qué quiere expresar el hombro hoy, vamos a mover los hombros, conecta tu mente, respira en ese punto del cuerpo…Y logramos una movilidad increíble, desde una fisicalidad pura.

»En las primeras dos décadas de mi vida, yo era muy militante en demostrar el abuso sobre nuestra corporeidad, el abuso sobre nuestra sensibilidad, emocionalidad  del cuerpo fragmentado de occidente, fragmentado y sufrido. Era una paradoja, porque el tema era fragmentación y violencia, pero construyendo la obra de arte con una tribu de bailarines siempre encontramos cosas de mucho unicidad y armonía y amor. Pero en las primeras décadas yo estaba muy enfocada en demostrar ese cuerpo de la fragmentación. En tiempos más recientes he estado fascinada en la búsqueda de la armonía en el propio cuerpo; y a veces, la armonía en escena. Vivimos mucho en la neocorteza, pero la verdad es que el cuerpo recibe mucha información subconsciente proveniente de las emociones, del instinto. Con frecuencia “desoímos” esas señales de las emociones, de la intuición y el instinto, enfocados como estamos solo en la parte logocéntrica.»

La suspensión de un brazo

Julie Barnsley es, también, la viuda del artista plástico Alirio Palacios (Tucupita, 1938 – Caracas, 2015), con quien convivió más de treinta años. 

—Alirio me contaba -dijo en respuesta a una pregunta de los agudisimos entrevistadores de “Un minuto para las artes” -que él iba los ensayos de la Ópera de Pekín, donde, sin ningún elemento de escenografía, actuaban solo artistas con movimientos casi imperceptibles y que él lloraba ante eso. Alirio decía que ellos comunicaban la imagen que tenían adentro, de manera tan viva, tan presente, que el espectador lo percibía con toda claridad. 

«En la danza contemporánea utilizamos la imagen que el bailarín proyecta de manera muy vital. Fíjate en la diferencia. En el ballet, el bailarín tiene que estar saltando, brincando, cruzando la escena, haciendo aeróbic total, y nosotros aplaudimos ese virtuosismo, pero la danza contemporánea comunica desde las imágenes llevadas adentro por el bailarín, en la suspensión de un brazo. Son diferentes técnicas.»

La pareja mantuvo, asimismo, una fecunda colaboración artística. Con frecuencia, los vestuarios, los programas de mano, los afiches y en una oportunidad, el telón, corrieron por cuenta de Palacios.

»Alirio era tan hermoso y respetuoso de mi trabajo -les dijo a los entrevistadores radiales-, pero tenía una armonía intrínseca, no tenía esos rollos psicológicos. Por eso, de mis obras, la que más le gustó fue “El vuelo”, que tenía unos videos que transformaban cada escena en una poética visual.»

                                                           

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