La apertura de una exposición acerca de la obra y figura de Alfredo Boulton (Caracas, junio de 1908 – noviembre de 1995) en el GRI (Getty Research Institute), en Los Angeles, era la gran ocasión para publicar esta fotografía, conservada por el Archivo Fotografía Urbana, cuyo gran centro de atracción es un señor que se inclina para observarnos con la expresión de quien nos ha pillado haciendo una travesura, pero que en silencio nos promete no decir nada a nadie… y luego, vemos, en la esquina inferior derecha, a Rafael Romero, en ese momento directivo de la GAN (Galería de Arte Nacional), en Caracas, quien está distraído con otra cosa y da la impresión de no interesarle nuestra presencia ni muchos menos nuestras picardías.
La muestra Alfredo Boulton: Mirando a Venezuela, 1928-1978, había sido inaugurada el 29 de agosto y estará abierta hasta el 21 de enero de 2024; y si esto fuera poco, un detalle de esta imagen (que muestra a Boulton solamente) fue usado como cierre de la exhibición por el prestigioso museo californiano.
Teníamos que comentar esta foto. Pero resulta que estábamos ante dos versiones, la completa, la original, la que su autor, Ramón Grandal, hizo e imprimió en papel sensible; y la otra, la del Getty, que suprime a la Romero y, con ello, el contexto de la imagen. Al principio pensamos que el Getty había querido concentrarse en el retrato de Boulton, prominente intelectual venezolano que por primera vez es objeto de semejante atención internacional (injustamente pospuesta hasta ahora), y que lo que no fuera este, pues, le salía sobrando.
¿Sobra el hombre de la esquina?
Evidentemente, esto no fue lo que pensó Grandal, cuyo fallecimiento en 2017 impide tan deseada consulta. «Grandal no sacó a Rafael Romero porque su escuela es la de Henri Cartier-Bresson, la del momento decisivo y de una percepción de la realidad según la cual no se modifica el sujeto», explica el fotógrafo venezolano residenciado en Nueva York, Ricardo Armas. «Cartier-Bresson usaba una cámara Leica y la usaba rápido, para capturar lo que el ojo presiente, no lo que puede ver. Lo conozco bien porque es una escuela a la que yo pertenecí (ya no). No hay duda de que Grandal capturó a Don Alfredo, que era un ícono, como ningún otro. Grandal captó el Boulton picarón que conocíamos los allegados».
—Grandal era de esos que no aceptaban cortar nada en el encuadre original, lo que llaman «el encuadre completo» -explica el fotógrafo y maestro de fotógrafos, Ricardo Gómez Pérez-. Una mala maña heredada de la forma de ver de Henri Cartier-Bresson. Muchos fotógrafos clásicos la practican como si fuera sacada del Antiguo Testamento. Hoy en día, ya eso no es palabra de Dios.
«Grandal era un fotógrafo que no le gustaba reencuadrar», confirma el consagrado Ricardo Jiménez. «Somos muchos quienes trabajamos así. Además. la fotografía con los dos personajes es muy buena, hay cierta intriga en ambas miradas, están como preguntándose algo, podría ser acerca de la pintura en la pared o algo que acaba de pasar… ¿Quién sabe? Lo que sí está claro, y probablemente es lo que se propuso Grandal, es que estamos ante un retrato no posado, sino ante la documentación de que Alfredo Boulton estaba ahí.»
Para Ana María Ferris, autora de varios fotolibros y representada en diversos museos, «esta foto se centra en Boulton. Todo lo demás es superfluo. Si yo pudiera editar la foto, sin duda la habría recortado. Me encanta la pose relajada de Boulton, su mirada traviesa, directa y penetrante. Contrasta con la imagen de Romero, que parece estar solo cruzando la escena cuando el fotógrafo hunde el obturador».
Es que el cuadro es de Pisarro
El maestro Rafael Romero, formado como médico en la UCV antes de licenciarse en Letras en la misma casa, y luego doctor en Historia del Arte de la Sorbonne, vive en Caracas. Eso explica las dificultades para conectarse a internet y responder al cuestionario que le enviamos respecto de este momento, en que él acababa de completar estudios de Museología en el International Council of Museum, en París, y estaba a pocos meses de continuarlos en el Museum Management Institute, Universidad de Berkeley – Fundación Getty, California.
—La ocasión de la fotografía es la inauguración de la exposición Adquisiciones GAN 1993 –establece Rafael Romero, en un mensaje cursado a través del WhatsApp de un familiar-. La obra de fondo es: “Paisaje tropical con casas rurales y palmeras” (1856) del autor francés, Camille Pissarro. (óleo sobre tela), que fue comprada en 1993, en una subasta en la casa Christie’s, de Londres. La obra de Pisarro en su estadía en Venezuela era de gran interés para Alfredo Boulton, quién publicó un importante libro sobre Pisarro.
Esta información modifica mi percepción de la foto. A partir de su recepción empecé a pensar que Boulton, hombre exquisito, educado en Europa, prominente y gran viajero, que se codeaba con los intelectuales y artistas más notables de su tiempo, y que, por cierto, llegó a conformar una importante colección de arte, hoy dispersa entre diferentes museos del mundo (que han ido adquiriendo las piezas tras su muerte), en fin, que este señor tan upper class y sofisticado tenía esa expresión, que también podría ser de satisfacción por una conquista lograda con mil jugarretas; y que la tiene en ese momento no a pesar de que está Rafael Romero ahí, en otro asunto y un poco anticlimático, sino precisamente por la proximidad del director de la GAN y del cuadro de Pisarro.
A ver, Boulton era artista, un gran fotógrafo, pero también coleccionista y curador. Según consigna el Diccionario de Historia de Venezuela de Fundación Empresas Polar: «Desde muy joven tuvo contacto con el mundo del arte. Su bisabuelo paterno había iniciado desde Inglaterra la formación de una colección de pinturas, la cual continuó con obras de artistas venezolanos. Arístides Rojas, su tío abuelo, influyó en su gusto y dedicación por el arte y la historia». Tenía, pues, contacto con los galeristas y casas de subastas desde niño; y había escrito un libro sobre Pisarro… juntemos esos puntos a ver qué dibujo emerge.
Cristales, porcelana y chistes
Idurre Alonso nació en el País Vasco, pero tiene 22 años en Los Angeles. Es experta en Arte Latinoamericano y, más específicamente, en la fotografía del continente. Ella fue la curadora de la exposición del Getty que ha revelado a Boulton como uno de los secretos mejor guardados en la historia de los tesoros del Caribe. Empezó a prepararse para comisariar la muestra en 2017, cuando viajó a Caracas para estudiar el archivo de Alfredo Boulton.
—Yo estaba buscando -explica la doctora Alonso, por teléfono- una foto donde apareciera él, no que la hubiera tomado. Tenemos un autorretrato de él, pero muy temprana, del año 38. Estaba demasiado joven. Me encontré con esta foto de Grandal y me pareció perfecta para lo que me proponía: un mural con la foto, al final de la exposición. Me parecía interesante mostrar a Boulton ya mayor, haciendo una broma. Su actitud en esta foto rompe con la imagen de solemnidad que tienen Boulton y su obra. Desde luego, Boulton tenía esa seriedad, pero hay otra parte de él que esta foto refleja muy bien. Y yo, que me he pasado años leyendo su correspondencia, sé que tenía muy buen humor y podría ser bromista. Por ejemplo, él solía regalar, a quienes lo visitaban en su casa en Pampatar, dos libros, titulados respectivamente, La casa y Copas y platos, ambos presentes en la exposición; el segundo contiene las recetas de los platos que se servían en esa casa y las recetas están llenas de chistes. Ese también es Boulton.
«Para nosotros, la foto constituyó un reto. Por el espacio donde la íbamos a ubicar, teníamos que ponerla más pequeña. Así que la recortamos por un imperativo de diseño. Si hubiera tenido opción, yo hubiera preferido no cortarla. Desde luego, en el Getty precisamos que se trata de un detalle, para que se sepa que la foto no está completa.»
La exposición del Getty incluye dos obras de Pisarro (hechas en Venezuela) que pertenecieron a Boulton (ahora, en la colección de la Fundación Patricia Phelps de Cisneros), lo mismo que un móvil de Calder, que tenía en Pampatar (y ahora es del Museo de Arte de San Francisco). Comparto con Idurre Alonso la información del doctor Romero y le confieso que, a partir de este breve intercambio, quedé convencida de que si Romero y el cuadro no estuvieran ahí, en ese momento, Boulton no tendría esa expresión sensacional.
—Es muy posible -confirma la especialista-. Alfredo Boulton ayudaba a conseguir fondos para que los museos venezolanos hicieran este tipo de adquisiciones. No me extrañaría que sus gestiones hubieran facilitado que esa obra acabase en la GAN.
En ese caso, lo que nos está diciendo este artista, cuyo aporte a la modernidad de Venezuela y del arte venezolano, apenas estamos empezando a aquilatar, es algo así como: Nos la comimos. Él y Rafael Romero.
Lea también el post en el portal de Prodavinci.